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La hora de la est­u­fa, es la hora de lec­tura: Del Mila­gro de la Nochebue­na”

Le acompañamos en la época prenavideña con cuatro cuentos del narrador austriaco Helmut Wittmann, esperando que disfrute de su lectura.

Del Milagro de la Nochebuena

Esta leyenda se cuenta en toda Europa, desde Sicilia hasta Suecia. El narrador Helmut Wittmann narra la versión alpina de la historia:

En la noche en que el niño divino vio la luz del día, hacía frío, un frío terrible. Se dice que el recien nacido, niño Jesús, temblaba y se agitaba como un pajarito desnudo. María, la Madre de Dios, no podía calentarlo lo suficiente, sus manos también estaban frías. Así que las puso sobre el pecho y bajo los brazos, para calentarlas un poco.

José no soportaba la situación. Inmediatamente cogió su abrigo con capucha y salió corriendo: tenía que conseguir algo para mantenerlos calientes. Necesitaban un fuego.

En medio de la noche, nadie en Belén abriría la puerta al extraño hombre que estaba fuera. Podía llamar y gritar todo lo que quisiera.

En el campo, José vio una luz a lo lejos. Deben ser pastores acampados alrededor de un fuego, pensó. Así que se dirigió a su encuentro. En cuanto se acercó al rebaño, los perros de los pastores captaron su olor. Eran tan grandes como los terneros y estaban allí para proteger la manada. Inmediatamente saltaron y se precipitaron hacia el desconocido para ahuyentarlo.

Los pastores tan sólo vieron la silueta de una figura a la luz de la luna. No importa quién fuera, no podía acercarse a la manada, los perros lo ahuyentarían.

Pero era extraño: por mucho que los perros quisieran ladrar, no podían emitir ningún sonido. Por el contrario, se pavoneaban amistosamente alrededor del desconocido moviendo la cola, dejando al forastero seguir su camino. A causa del frío, las ovejas se arrejuntaban tumbadas sin dejar espacio para el paso. El desconocido no se lo pensó dos veces, simplemente pasó por encima de las ovejas, caminando sobre ellas como si fueran una alfombra. ¡Extraño! - Los pastores se frotaron los ojos con asombro. ¿Qué quería aquel hombre? - Uno de los pastores era un tipo particularmente rudo. La vida había sido dura para él y su temperamento era especielmente agresivo. ¡Así que fuera el extranjero!, agarró el cayado del pastor y lo lanzó contra el desconocido. El báculo voló directamente hacia José y formó un arco frente a él.

Los pastores no salían de su asombro. José continuó imperturbable hasta que se presentó ante los pastores. "¿Qué quieres?", preguntó bruscamente el que había lanzado el bastón.

Te lo ruego: ¡dame un poco de fuego! Una pequeña brasa será suficiente. Mi mujer ha dado a luz. Ella y el niño se están muriendo de frío.

¡Quiere brasas!, se rió uno de los pastores. "¿Y con qué los vas a cargar?", preguntó otro con sorna. "Ahí dentro", dijo José, tendiéndoles la capucha de su atuendo. Los pastores se rieron a carcajada limpia. "Pues bien", gritó uno, "¡toma!".

José no necesitó que se lo dijeran dos veces y las cogió inmediatamente. Con las manos desnudas, introdujo trozos de brasas en la capucha como si fueran patatas.

La risa se apagó. Los pastores se quedaron atónitos ante lo que estaba ocurriendo ante sus ojos.

Ahora dime, dijo uno, "¿qué clase de noche es esta? - Sí, ¿qué clase de noche es cuando nuestros perros, que suelen ser tan salvajes y agresivos, no te hacen nada? ¿Y qué clase de noche es cuando las ovejas te dejan caminar sobre ellas como si fueran una alfombra? ¿Y qué clase de noche es cuando el cayado del pastor se inclina ante ti? ¿Y qué clase de noche es aquella en la que ni siquiera el fuego te quema? Sí, ¿donde ni el fuego te quema ni a ti ni a tu capucha?"

¿Qué te voy a decir si no lo ves?, dijo José pensativo. Los pastores estaban aún más desconcertados. ¿Qué quería decir el desconocido con esa pregunta?

José emprendió de nuevo el camino de vuelta con la capucha llena de brasas.

¿A dónde iba? Curiosos, los pastores le siguieron. El rebaño estaba al cuidado de los perros.

Así que José volvió al establo con los pastores tras sus pasos. Pronto se encendió allí un animado fuego.

En su brillante resplandor, los pastores vieron lo que había. Una mujer había dado a luz a un niño en el inhóspito establo. Yacía desnudo en un pesebre sobre paja. La imagen era dura, tanto que incluso tocó el corazón del pastor de mal genio. Metió la mano en el bolsillo y sacó una piel de cordero. "Toma, coge esto", le dijo a María. "¡Para que el niño no se muera de frío!"

Los demás también buscaron y rebuscaron algo que aportar. María miró agradecida al pastor, luego a los demás, y se sonrió. "¡Te lo agradezco!", dijo ella. Sus ojos brillaron. Y en ese momento sucedió algo que todos ellos nunca, nunca habrían esperado.

Cuando la Virgen sonrió a los pastores, el corazón de todos ellos se encogió. El establo, que acababa de ser tan prohibitivo, frío y sucio, brillaba con un esplendor sobrenatural. Los ángeles estaban allí, cantando en voz alta, alabando a Dios.

¡Hosanna!, cantaban, "¡Cristo, el Salvador del mundo ha nacido! Alabado sea Dios en el cielo, y paz a los hombres de buena voluntad en la tierra".

Los pastores comprendieron lo que José había querido decir: "¡Qué os voy a decir si no lo veis!".

Porque habían mostrado misericordia, porque habían dado algo y ayudado en la necesidad, sus corazones se abrieron. Ahora veían mucho más de lo que sus ojos podían ver.

Se dice: Con nuestros ojos vemos brillar la luz del mundo. Pero las cosas realmente importantes que mantienen nuestro mundo unido en su esencia, sólo pueden verse con el corazón.


Sobre Helmut Wittmann:
Helmut Wittmann es un narrador austriaco especializado en cuentos populares y mágicos de los Alpes. También se ocupa de las tradiciones de los cuentos del Oriente europeo y de la tradición sufí oriental. En 2003 recibió el "Premio Alemán de Cuentos Populares", y en 2008 el premio de autor de Lesetopia, la mayor feria de lectura de Austria. A petición suya, la UNESCO incluyó la narración de cuentos en Austria en la lista del patrimonio cultural inmaterial.

www.maerchenerzaehler.at

A los otros cuentos:

La bendición de Sra. Percht
De las manzanas doradas de Sra. Felicidad
San Nicolás tiene un deseo

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