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La hora de la est­u­fa, es la hora de lec­tura: De las man­zanas doradas de Sra. Feli­ci­dad”

Le acompañamos en la época prenavideña con cuatro cuentos del narrador austriaco Helmut Wittmann, esperando que disfrute de su lectura.

De las manzanas doradas de Sra. Felicidad

Un cuento alpino de hadas, que nos cuenta Helmut Wittmann.

Hace mucho, mucho tiempo, vivía una anciana que tenía un magnífico jardín. Todo florecía lleno de alegría. Su orgullo era su manzano, el cual, en primavera, se cubría de flores. En otoño, sin embargo, sus ramas se doblaban bajo la abundancia de manzanas. Eran espléndidas a la vista, y mucho mejores al paladar. La mujer estaba feliz, realmente feliz. Tal era su felicidad, que la gente del pueblo la llamaba simplemente "Sra. Felicidad".

Sólo una cosa molestaba a la señora Felicidad: cada vez que su manzano estaba muy cargado en otoño, la gente del pueblo venía a saquearlo. Por la noche y en medio de la niebla, los niños, pero también los hombres y las mujeres, robaban las más bellas manzanas del árbol. Era algo que a la señora Felicidad le molestaba mucho. "Así no se puede", refunfuñó. "Cualquiera puede venir a pedir permiso para recoger manzanas. Hay suficientes para todos... pero robar, eso no es correcto".

Una vez, en invierno, un vendedor ambulante llamó a la puerta de la señora Felicidad. "Te lo ruego, buena mujer", dijo, "tengo un frío terrible. ¿Puedo calentarme un poco en su casa?"

Entra, dijo la señora Felicidad. "No tengo mucho. Pero siempre hay un lugar para usted en el banco de la estufa".

El hombre se acomodó en un rincón de la estufa y la señora Felicidad le dio té caliente y pan de jengibre.

Cuando hubo de marcharse, el vendedor ambulante le dijo: "Tienes un buen corazón, mujer. Y quiero que sepas que puedo hacer más de lo que crees. Pídeme un deseo, que se hará realidad".

En realidad, no me falta de nada, dijo la señora Felicidad, "sólo me molesta que la gente del pueblo siempre robe las manzanas de mi manzano. Por eso deseo que quien robe una manzana se quede pegado al árbol, sin poder librarse hasta que yo lo desee".

Bueno, dijo el hombre, "un extraño deseo, pero que así sea".

Al momento siguiente el hombre había desaparecido.

El año pasó, y cuando llegó el otoño, el manzano dio abundantes muestras de la felicidad de la mujer. Las ramas se inclinaron hacia el suelo cargadas de manzanas.

Pronto los primeros habitantes del pueblo picotearon el árbol: niños, mujeres y hombres.

¿Cómo te atreves a tratar de robar mis manzanas?, gruñó la señora Felicidad. "¡La decencia exige que al menos preguntes si puedes comer una manzana!

Dejó que la gente se quedara pegada al árbol durante un rato. Sólo entonces les permitía volver a casa, con vergüenza y deshonra. Todos los que acudían a ella y le pedían una manzana, la Señora Felicidad les daba manzanas en abundancia. "Tan solo cógelas", dijo, "ya ves: hay suficiente para todos".

No es de extrañar que no la robaran más manzanas. Todos los problemas habían llegado a su fin.

Una vez más, alguien llamó a la puerta de la señora Felicidad. Abrió la puerta. ¿Y quién estaba allí? ¡La muerte!

Buena mujer, le dijo, "has vivido mucho y bien. Ahora es el momento de decir adiós a este mundo. Venid".

Espera un momento, dijo la señora Felicidad. "Vienes inesperádamente". ¿Y con tanta prisa? - Primero tengo que recoger mis cosas. Mientras tanto, sal al jardín, mi árbol está lleno de las más jugosas manzanas. Apuesto a que no has comido una como esas en mucho tiempo".

La muerte seguía siendo un hombre muy guapo por aquel entonces. Se le hizo la boca agua al pensar en una jugosa manzana.

Muy bien, dijo, "me comeré una manzana. Pero asegúrate de reunir rápido tus cosas".

La señora Felicidad se tomó su tiempo. Salió tranquilamente al jardín. ¿Y quién picoteaba el manzano? ¡La muerte!

¡Ja, viejo tirano!, dijo la señora Felicidad. "Te tengo después de todo. No podrás despegarte de mi árbol tan pronto. "

Todos los ruegos y súplicas no sirvieron de nada a la Muerte. Se quedó pegada al manzano y no pudo soltarse. Durante semanas y meses estuvo atrapada entre las ramas, azotada por el viento a la intemperie, con calor y frío. El hambre y la sed le hicieron adelgazar mucho, hasta quedarse en un esqueleto.

Mientras tanto, el mundo se volvía loco. La gente se acostaba para morir, pero no moría. Ninguna muerte los recogió y se los llevó al otro mundo. Así que siguieron viviendo. Incluso los que tenían un accidente o eran atropellados, por ejemplo, se levantaban y seguían adelante.

En el cielo, San Pedro se sorprendió de que ya nadie llamara a las puertas del cielo. El diablo en el infierno también reflexionó: "¿Puede ser que de repente todo el mundo esté tan libre de pecado que vayan todos al cielo?" Ya nadie llega al infierno. Finalmente, el diablo fue a buscar la causa de tal anomalía. Así es como conoció a San Pedro en la tierra.

¡Ya nada me sorprende!, dijo el diablo. "¡Ya nadie viene a nosotros, porque tú mismo recoges a la gente y te la llevas al cielo!"

No, dijo San Pedro, "nadie viene a nosotros. Creía que todos estaban contigo en el infierno. - Dime, ¿sabes dónde está la muerte?" - "¡No!"

Así que los dos se pusieron a buscar a la muerte. Tuvieron que buscar durante mucho tiempo. ¿Y dónde lo encontraron? ¡En el manzano de la señora Felicidad!

A la muerte le dieron ganas de llorar y la señora Felicidad les contó toda la historia.

Todo eso está bien, dijo San Pedro a la señora Felicidad "¡pero las cosas no se pueden hacer así!".

El diablo dijo. "¡Mujer, estás alterando todo el mundo! ¡Libera a la muerte de una vez!"

Es una cuestión que hay que pensarla muy bien, dijo la señora Felicidad, "lo libero con una condición: No debe venir a por mí hasta que le llame. Antes no".

¿Qué otra cosa podría hacer la Muerte? Ya ni siquiera era piel, sino sólo huesos. Así que aceptó. Y San Pedro dijo: "Bueno, supongo que una vieja más o menos no importa". Incluso el diablo estaba de acuerdo con él.

Desde entonces la muerte ha sido tan escuálida, apenas un esqueleto. La señora Felicidad, en cambio, sigue viva hoy en día. Muchos hablan de ella, y también de sus manzanas. Se dice que dan la eterna juventud. Y un poco de esta eterna juventud se encuentra probablemente en cada manzana.


Sobre Helmut Wittmann:
Helmut Wittmann es un narrador austriaco especializado en cuentos populares y mágicos de los Alpes. También se ocupa de las tradiciones de los cuentos del Oriente europeo y de la tradición sufí oriental. En 2003 recibió el "Premio Alemán de Cuentos Populares", y en 2008 el premio de autor de Lesetopia, la mayor feria de lectura de Austria. A petición suya, la UNESCO incluyó la narración de cuentos en Austria en la lista del patrimonio cultural inmaterial.

www.maerchenerzaehler.at

A los otros cuentos:

La bendición de Sra. Percht
San Nicolás tiene un deseo
Del Milagro de la Nochebuena (en línea a partir del 17.12.)

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